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Durante los últimos cinco años la zona central del país ha enfrentado un déficit de precipitaciones que está impactando perjudicialmente a nivel ecológico, social y económico. El “Informe a la Nación: Megasequía 2010-2015, una lección para el futuro”, elaborado por el Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia (CR2), plantea que el cambio climático es responsable de al menos 25% de la disminución de lluvias en el país, proyectando un clima cada vez más cálido y seco.
Actividades como la deforestación están afectando la disponibilidad y calidad del agua y la mantención de la microfauna que proporciona estabilidad al suelo. A la vez, técnicas actuales de manejo agrícola incluyen prácticas que no contribuyen a la conservación de factores fundamentales para la sustentabilidad. Grandes hectáreas de monocultivos bajo el uso de agroquímicos a favor de la pendiente y labranzas con maquinaria traen como consecuencia que el agua precipitada impacte y escurra con mayor energía en el suelo, generando erosión y acelerando la degradación.
Según explica Roxana Lebuy, directora del Programa Paisaje, Territorio y Desarrollo Rural del Centro Regional de Innovación Hortofrutícola de Valparaíso (Ceres), es necesario promover estrategias validadas científicamente que logren incidir en el mejoramiento de la problemática hídrica aprovechando los servicios que brindan los ecosistemas.
“En la pequeña y mediana agricultura no existe un aprovechamiento eficiente del agua potencial generada por escorrentía superficial. Los manejos sustentables basados en los comportamientos de la naturaleza son clave para maximizar los beneficios y minimizar los impactos negativos”, dice.
En este contexto, el programa que dirige la experta en Geografía propone una alternativa innovadora para el aprovechamiento del recurso hídrico que consiste en validar prototipos de técnicas de cosecha de agua, implementando diseños hidrológicos integrales en predios agrícolas de pequeños y medianos productores. “Este diseño permitirá la optimización en la captación, la acumulación y en el uso del recurso hídrico que ingresa al predio en forma de precipitación y escorrentía, generando una mayor estabilidad y mejora en la productividad”.
El agua se recolecta mediante técnicas específicas, por ejemplo, en contenedores, embalses, o se incorpora al sistema natural a través de la infiltración en el suelo, en los bosques o la recarga de acuíferos, mejorando las condiciones hídricas del sistema predial. Así, en las situaciones de escasez hídrica el agricultor podrá contar con el agua necesaria para satisfacer las necesidades del suelo. Un diseño hidrológico implica la integración de estas técnicas con los componentes del predio, ya sean la vegetación, los suelos, la topografía, el equipamiento e infraestructura, y sus requerimientos productivos.
En la realización e implementación de un diseño hidrológico es muy relevante la capacidad de facilitar un trabajo conjunto con los agricultores. “Es un trabajo que se realiza necesariamente con quien labra la tierra, en el que la generación de acuerdos es fundamental”, afirma la investigadora.
La cosecha de agua no es una práctica reciente sino de larga data. Las primeras formas consistían en hoyos excavados en la roca que captaban y almacenaban el agua de las precipitaciones; de manera complementaria, para crear un área de captación se construían muros de desviación. Estas estructuras de 9 mil años de antigüedad, que se encuentran en las montañas de Edom al Sur de Jordania, permitían una agricultura de cereal en zonas donde las precipitaciones anuales no superan los 100 milímetros. En Palestina, también se descubrieron cisternas con áreas de captación de hace aproximadamente 4.500 años.
Fuente:
Programa Paisaje, Territorio y Desarrollo Rural del Centro Regional de Innovación Hortofrutícola de Valparaíso.
Edición:
Par Explora de CONICYT Valparaíso
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