En Chile existe un roedor endémico con cualidades asombrosas, como ver el ultravioleta o adaptar su cuerpo a la escasez de agua. El Octodon degus o ratón cola de pincel lleva décadas obsesionando a los científicos, desde la ecología hasta la neurociencia.

 

Desde hace treinta años, los investigadores chilenos suelen mirar fijo, durante horas, a un roedor endémico. Lo buscan por horas o días, largavista en mano, en praderas, matorrales y zonas montañosas entre la IV y VII región. En laboratorios que cumplen con altos estándares de bienestar animal, los crían, les ofrecen distintas dietas, los hacen realizar ejercicio físico y los mantienen vivos hasta por siete años, para estudiar su envejecimiento. Son tan valiosos, que al preguntarle al ecólogo Francisco Božinović —uno de esos investigadores— dónde se puede ver un ejemplar en algún hábitat natural de la Región Metropolitana, responde:

—No te puedo decir, va a llegar la gente y los va a ahuyentar.

Si los degús se fueran, se llevarían con ellos decenas de posibles respuestas sobre el azheimer, la diabetes y, una de las cosas que le preocupa a Božinović, el cambio climático.

Lo llaman ratón cola de pincel, ratón de las pircas, ratón cola de trompeta u Octodon degus. En su estado adulto no excede el tamaño de una mano, ni sobrepasa los 300 gramos. Su pelaje es marrón, tiene las orejas pequeñas, el cuerpo redondo y la cola terminada en un mechón, que parece un pincel diminuto. Hay personas que los adoptan como mascotas, sin saber que tienen en sus casas un animal que es capaz de ver lo que ellas jamás podrán —la luz ultravioleta—, y que es considerado un modelo perfecto para contestar distintas preguntas científicas, que van desde la biomedicina hasta la fisiología ambiental.

Por su gran capacidad de termorregulación, el degú ha despertado interés entre los estudiosos del cambio climático.

Algunas de ellas las ha explorado el neurobiólogo Nibaldo Inestrosa, Premio Nacional de Ciencias Naturales 2008 y director del Centro de Excelencia de Biomedicina de Magallanes (CEBIMA). En sus investigaciones, ha llegado a establecer que el degú, conforme avanzan sus años de vida, va desarrollando depósitos de betamiloides, una proteína prácticamente idéntica a la que se acumula en las neuronas de los enfermos de alzhéimer, generando déficit cognitivo. Esa extraña similitud entre el hombre y el ratón cola de pincel podría abrir un camino de oportunidades para comprender una patología que, según la Organización Mundial de la Salud, en 2050 representará el 60% de los casos de demencia asociada al envejecimiento.

Así como Inestrosa, la ecóloga Daniela Rivera, de la Universidad Mayor, indaga qué elementos de su ambiente pueden influir en su deterioro neurocognitivo y alterar sus capacidades de aprendizaje y memoria, mientras que el investigador Luis Ebensperger, de la Pontificia Universidad Católica de Chile, estudia su estructura social y sus formas de cuidado parental. Como ellos, muchos otros apellidos de científicos chilenos contemporáneos se acumulan en papers que repiten siempre las mismas dos palabras en su título: Octodon degus.

 

Su pelaje es marrón, tiene las orejas pequeñas, el cuerpo redondo y la cola terminada en un mechón, que parece un pincel diminuto. Hay personas que los adoptan como mascotas, sin saber que tienen en sus casas un animal que es capaz de ver lo que ellas jamás podrán: la luz ultravioleta.

 

Francisco Božinović, director del Departamento de Ecología de la Pontificia Universidad Católica y subdirector del Centro Basal de Ecología Aplicada y Sustentabilidad (CAPES) —que cuenta con financiamiento de CONICYT—, es uno de los nombres destacados dentro de esa lista. Estudia el impacto de los cambios ambientales rápidos y variables, como el calentamiento global, sobre la diversidad de los organismos vivos, y a propósito de eso es que, cada tanto, sale a terreno a buscar degús o viaja hasta Pirque para estudiarlos en un bioterio, construido para diversos estudios científicos.

Durante su vejez, el degú desarrolla depósitos de betamiloides muy similares a los que presentan los enfermos de alzhéimer.

En sus proyectos, cuenta, utiliza al roedor endémico para investigar su gran eficiencia en la termorregulación, es decir, cómo modifica sus patrones de actividad ante cambios de temperatura diarios o estacionales. En ese sentido, es un modelo perfecto para estudiar la adaptación animal ante uno de los temas que más preocupa a la ciencia: el cambio climático.

—Trabajamos en terreno utilizando métodos no invasivos para hacer estudios de gasto de energía, por ejemplo usando isótopos estables —dice el investigador—. Se les inyecta una pequeña cantidad de agua y extraemos una muestra de sangre. Eso se manda a analizar y podemos ver su presupuesto de energía en relación a las actividades que realiza.

El degú, cuenta, es un organismo muy exitoso en lo que denomina adecuación darwiniana: al vivir en ambientes muy desérticos, permite estudiar cómo los animales sobreviven a la escasez hídrica. Incluso en tales condiciones, las hembras llegan a tener camadas entre tres y ocho crías. En sus investigaciones, ha descubierto que el degú tiene un tipo de proteínas que se expresan cuando no hay agua en el ambiente, lo que podría revelar nueva información valiosa en un contexto en que el cambio climático pronostica, a corto plazo, la desertificación de grandes territorios y, con ello, importantes amenazas para la biodiversidad.

Al preguntarle si el degú es el futuro, uno de los animales que puede cambiar el devenir de la ciencia, el científico responde con la convicción de quien ama lo que estudia:

—El degú no es el futuro, es el presente, lo es hace treinta años y lo va a seguir siendo.

 

Texto: Belén Fernández