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Columna de opinión: Con-Ciencia

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  • 16 Junio, 2021

Rubén Quezada Gaete
Presidente
Colegio Médico Regional La Serena

Muchos/as hemos perdido la cuenta de los días en que hemos despertado en este nuevo mundo. Una realidad de distancia física y aforos, mascarilla y alcohol gel. Algunos/as despiertan para realizar sus actividades desde el hogar, mientras que una mayoría, menos afortunada, debe salir para cumplir su labor calificada como esencial, o para buscar su sustento. Sin embargo, todos y todas tenemos algo en común en esta historia: queremos que se acabe.

Pese a que la humanidad ha enfrentado estas situaciones a lo largo de toda su historia, son muy pocos quienes han vivido la pandemia anterior, y como sociedad, tenemos una memoria frágil. La gripe de 1918 fue la más letal del siglo XX, infectando -de acuerdo con cifras de la OMS- a unos 500 millones de personas y produciendo la muerte de, al menos, 50 millones de ellas.

¿Qué es distinto en esta oportunidad? Tenemos mayor conocimiento e investigación más accesible y a una velocidad mucho mayor que hace cien años. Basta ingresar el término “COVID-19” en algún motor de búsqueda científica para evidenciar los cientos de miles de publicaciones disponibles. En sólo días se logró secuenciar su material genético, y a la fecha, se han desarrollado múltiples vacunas, que han demostrado resultados prometedores. A nivel mundial existe una industria de elementos de protección personal, junto con equipamiento e infraestructura de salud que no sería siquiera imaginable en la pandemia anterior. También, se cuenta con medios de comunicación masiva, que en tiempo real, permiten difundir información, e incluso, modelar conductas. Asimismo, y más que en ningún otro momento de nuestra historia, tenemos más herramientas para el diseño e implementación de políticas sanitarias.

Pero, muy a nuestro pesar, aún nos vemos superados por la enfermedad. En nuestro país, diariamente, lamentamos más de cien personas fallecidas, contagios al alza y saturación de la red asistencial. Igualmente, se cuentan pacientes sobrevivientes con múltiples secuelas y un número cada vez más impensado de atenciones médicas y cirugías que han sido postergadas en espera de un mejor momento, que no llega.

¿Qué pasa, entonces, que no lo hemos logrado? Es mi impresión que, frente a la desconfianza, el interés sectorial e incluso ante el más puro individualismo, no hemos sido capaces de hacer valer el peso de la ciencia y la evidencia en la toma de decisiones. Ejemplo de esto es la reciente revelación de la falta de procedimientos y definiciones de una “Mesa Covid”, donde, sin justificaciones conocidas, ni actas, ni integrantes definidos, se toman determinaciones que afectan a todo un país. Sobre todo cuando su resultado son indicaciones que no se encuentran avaladas por recomendaciones en base a la evidencia disponible, e incluso siendo, en algunos casos, contrarias a ella.

Desde el Colegio Médico de Chile hemos propuesto a las autoridades y a la sociedad una nueva gobernanza, más abierta y transparente. Donde participen más actores y exista evaluación de la estrategia sanitaria en base al análisis de la evidencia, tanto nacional como internacional, para generar propuestas de adecuación y modificación de la estrategia a corto, mediano y largo plazo. Una estrategia que ponga en el centro los criterios sanitarios para decidir cuáles son las medidas más adecuadas.

En 1854, un brote de cólera azotó la ciudad de Londres. Quien es hoy considerado el padre de la Epidemiología, de la mano de la ciencia y en base a la evidencia, sugirió a las autoridades cerrar una fuente de agua de Broad Street, advirtiendo que sería el origen de los contagios. Lamentablemente, las autoridades de la época prefirieron reabrirla. Espero que en esta oportunidad, nuestro Ministro de Salud no cometa el mismo error.

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