La doctora en Bioquímica, Valentina Parra, recibió el premio a Mejor Científica del Año, que entrega la Academia Chilena de Ciencias y distingue a investigadoras jóvenes.

 

Desde que era niña y hasta los quince años, el sueño de la científica chilena Valentina Parra fue convertirse en bióloga marina. Los programas que veía en televisión, cuenta, sobre el océano y los misterios que existen en él —en particular, El mundo submarino de Jacques Cousteau—, la obsesionaron con estudiar el fondo del mar. Pero una mañana, en su clase de Biología de segundo medio, la profesora le permitió acercar sus ojos por primera vez a un microscopio. En ese momento, dice, nació otra obsesión: descubrir el mundo celular.

—Me enamoré de las células, entendiéndolas como unidades de vida —dice la doctora en Bioquímica, de 37 años—. Me fascinaba que se supiera poco de ellas, que se desconocieran algunas de sus estructuras y funcionamientos. Siempre me gustó observar, y cuando pude ver a través de un microscopio, no hubo vuelta atrás. Ahí decidí que estudiaría lo más pequeño.

La bioquímica Valentina Parra, Mejor Científica del Año 2019.

Hoy, Parra divide sus investigaciones entre el Departamento de Bioquímica y Biología Molecular de la Universidad de Chile; el Centro Avanzado de Enfermedades Crónicas (Fondap ACCDIS); el Centro de Investigación en Ejercicio, Metabolismo y Cáncer; y el Centro de Investigación en Autofagia. En 2003, siendo estudiante de pregrado, fue becada para pasar una temporada en la Universidad de Liverpool —donde aprendió a usar tecnologías de vanguardia, como la microscopía confocal y bifotónica—, y en 2014 se trasladó a la Universidad de Texas a hacer un posdoctorado. En ambos sitios, cuenta, investigó uno de los de los componentes esenciales de toda célula: la mitocondria, ese pequeño motor que permite generar la energía necesaria para su funcionamiento.

Luego de regresar a Chile, se adjudicó un proyecto Fondecyt Regular, con el cual hoy investiga la variabilidad en la producción de energía de las mitocondrias, sus mecanismos de control de calidad, y la relación de ambas cosas con las patologías cardíacas que sufren las personas con Síndrome de Down desde temprana edad. El manejo de esos dos procesos, dice la bioquímica, podría ser la clave para combatir una de las principales causas de muerte en pacientes con esa condición, ya que tal vez podrían ser prevenidas con cambios en la dieta de sus madres durante el embarazo.

 

“Hay que saber incentivar a las niñas para que pasen por esto y lo disfruten, porque es apasionante. Es una responsabilidad de todos y estamos dando pasos importantes para allá”.

 

Esas investigaciones fueron las que le significaron, en junio de este año, recibir el premio a la Mejor Científica del Año, entregado por la Academia Chilena de Ciencias. Un galardón que busca estimular a las científicas chilenas menores de 40 años y promover su trabajo, con el fin de ayudar a disminuir la brecha que históricamente ha perjudicado a este género, tanto en acceso como reconocimiento dentro del mundo científico. Por eso, dice la ganadora, es muy importante que la sociedad y la academia sigan abriendo espacios donde las mujeres que hacen ciencia en Chile sean reconocidas. Y éstas mismas den el ejemplo a las que vendrán.

—Este premio reconoce tu carrera cuando todavía es corta y te dice que vas por buen camino —dice Valentina Parra—. Eso es fundamental, sobre todo porque la ciencia no es algo que te suelan fomentar cuando eres una niña. Tampoco es así con las ingenierías o las carreras tecnológicas. Esa es una responsabilidad que las científicas también debemos asumir.

—¿Esa tarea la deben afrontar ustedes mismas?

—Es una tarea muy grande, porque hay que saber incentivar a las niñas para que pasen por esto y lo disfruten, porque es apasionante. Es una responsabilidad de todos y estamos dando pasos importantes para allá. Pero sobre todo las científicas que somos reconocidas tenemos la tarea de marcar a las niñas, de dar un mensaje a las que vienen después.

 

Fotografía de las células de un ratón, con sus mitocondrias en verde. (Crédito: D. Burnette, J. Lippincott-Schwartz/NICHD).

—¿De qué forma?

—Por ejemplo, a mí me propusieron trabajar con el PAR Explora de la Región Metropolitana Norte, y acepté porque creo que la responsabilidad va por ahí: incentivar y comprometer a las niñas con las áreas científicas. Pero hay un problema mundial: la inversión en ciencia sigue siendo baja y no podemos incentivar sólo a que más y más niñas entren y se formen, también tenemos que generar espacios para que las futuras científicas tengan campo laboral.

—¿Crees que los científicos deben salir de los laboratorios?

—Esa es otra responsabilidad que tenemos en el mundo científico: recién hace diez o cinco años nos empezamos a dar cuenta de que no somos una elite. Sobre todo, en países como el nuestro, donde el aporte del Estado es fundamental para desarrollar la ciencia y la inversión privada es minoritaria. Tenemos el deber de dar a conocer lo que hacemos a toda la gente, que no es del campo científico, y explicar por qué nuestro trabajo es importante.

—Eso es algo que muchos ya están haciendo.

—Existe buena disposición, y nuestra mirada sobre la necesidad de divulgar ha cambiado mucho. Si la sociedad no conoce los aportes que realizamos, ¿por qué tendría que entender que parte de sus impuestos sean destinados a nuestro trabajo? Tenemos que preocuparnos de generar investigaciones importantes, sí, pero también de comunicarlas a todos.

 

 

Texto: Carolina Sánchez / Foto principal: CONICYT