Un grupo de investigadores de la Universidad de Chile creó un oasis en medio del desierto de Atacama: cerca de cuatro hectáreas, con cinco mil árboles, con los que buscan crear un modelo para mitigar los efectos de la minería en la zona.

 

Una aridez sin comparación en el planeta se extiende por 105 kilómetros cuadrados en el norte de Chile: suelos secos, rajados de grietas, que parecen extenderse hasta el infinito. El sol, que golpea duro, calienta la superficie rocosa y la hace inhóspita para la mayoría de los seres vivos. Solo sobreviven unos pocos que, luego de miles de años de adaptación genética, han desarrollado mecanismos biológicos para resistir esas condiciones extremas.

Es el desierto de Atacama, que atraviesa desde el Pacífico hasta la Cordillera de los Andes, abarcando las regiones de Arica y Parinacota, Tarapacá, Antofagasta, Atacama y el norte de Coquimbo. Lo que hace millones de años fue una enorme cuenca marina, por la que nadaban criaturas colosales, hoy registra temperaturas que alcanzan los 45ºC en el día y los mayores índices de radiación solar del mundo, hasta 4.100 kilowatts por hora por metro cuadrado —el resto del país recibe una radiación que va de los 3.000 hacia abajo.

En medio de ese desierto implacable, un grupo de investigadores de la Universidad de Chile construyó hace diez años algo que parecería imposible: un oasis verde. El proyecto, que fue financiado en parte por Minera Zaldívar, está ubicado 180 kilómetros hacia la cordillera desde la ciudad de Antofagasta, y consta de cuatro hectáreas plantadas con cinco mil árboles que crecen ordenadamente, haciendo sombra en la arena rocosa. Se trata de especies nativas de la zona, como pimientos, taras, chañares, algarrobos y atriplex, seleccionados por ser capaces de resistir la aridez, el calor y la falta de agua de esas tierras hostiles. Ese tipo de lunares boscosos, creen, podrían ser una solución para contrarrestar los efectos adversos de la actividad minera en esa parte del país.

El investigador Manuel Paneque, trabajando en el oasis del desierto.

—En esta zona hay abundantes concentraciones de metales y de minerales, por lo que es un lugar ideal para la minería, y ésta suele dejar una peligrosa huella de carbono. Pero estos corredores verdes pueden ayudar a neutralizar, en parte, el CO2 que generan las industrias —explica Manuel Paneque, doctor en Bioquímica y Biología Molecular, y académico del Centro de Estudios Agroforestal del Desierto de Altura de la Universidad de Chile.

La misión del equipo científico, cuenta el investigador, es identificar y clonar las especies con la mejor disposición genética para resistir el desierto. Y los cinco millares de árboles que ya han plantado están demostrando resultados promisorios: cada hectárea del oasis captura entre ocho y nueve toneladas de CO2 por año. Por eso, la idea de Paneque es que las empresas mineras que tienen operaciones en la zona, se hagan cargo de reducir sus emisiones, a través de la forestación de áreas que hoy no tienen valor ecosistémico, y que a futuro podrían ayudar a combatir los efectos del cambio climático en el norte de Chile.

Al igual que el resto del mundo, explica el investigador, el desierto de Atacama ya ha sido afectado por el cambio climático: aunque se trate del lugar más árido del planeta, hasta hace poco solía tener lluvias durante todo el año. Ahora, la lluvia se concentra solo en invierno; el resto de los meses el agua escasea y el calor se vuelve incluso más intenso.

 

“Si queremos construir estos corredores verdes, es posible hacerlo. Tenemos los estudios suficientes para determinar cuáles especímenes de plantas son indicados para crecer en estas condiciones y ayudar a equilibrar los niveles de gases invernadero de la minería”.

 

—Esto hace que el suelo no pueda retener el agua y el desierto comienza a avanzar —asegura el bioquímico—. Por eso, es necesario generar corredores verdes cerca de aquellos lugares donde podamos hacer uso de aguas residuales o de la camanchaca, ya que el agua disponible es un recurso muy limitado y no se puede desaprovechar.

La meta final del proyecto es crear una economía circular. Es decir, un círculo virtuoso en que nada sea desperdiciado. La idea sería llegar a un punto en que esas aguas residuales sean purificadas industrialmente, un proceso en el que se produce humus, un fertilizante que a la vez sirve para nutrir los suelos en donde crecerían los corredores verdes. Un modelo que, según los investigadores, es perfectamente posible y, sobre todo, necesario.

—Si queremos construir estos corredores verdes, es posible hacerlo. Tenemos los estudios suficientes para determinar cuáles especímenes de plantas son indicados para crecer en estas condiciones y ayudar a equilibrar los niveles de gases invernadero de la minería. Es evidente que, si no actuamos hoy, va a ser imposible sostener a futuro la vida en el planeta —dice el científico—. Es nuestra responsabilidad hacer algo por el medio ambiente.

 

Texto: Natalia Correa