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La investigación científica escolar puede ser una herramienta de cambio en la sociedad

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  • 19 Julio, 2019

El que docentes y sus estudiantes ejecuten proyectos de investigación, no solo permite que puedan vivir la ciencia de primera mano, también es la oportunidad para contribuir a toda la comunidad, resolviendo problemas del entorno y transformando su espacio más cercano.

Los docentes son el principal motor para iniciar una investigación científica escolar (ICE) en la que trabajan codo a codo con sus estudiantes. Este es un proceso que comienza a germinar desde el principio del año académico a la luz de las necesidades e inquietudes que les genera su entorno.

No es necesario ser parte de un club o una academia que lleve un distintivo para hacer proyectos científicos escolares. La motivación docente, la condición innata de curiosidad y, sobre todo, ese afán de querer cambiar el mundo que nos rodea, son las primeras armas para meter “manos a la obra” y comenzar a mirar alrededor. Pero ¿cómo empezar y promover este tipo de trabajo en ciencias?

De acuerdo con lo apuntado por el Programa Explora de CONICYT –institución que desarrolla los clubes ICE en todo el país, beneficiando a miles de niños, niñas, adolescentes y docentes– en el Manual de Investigación Científica Escolar elaborado el año 2010, la ICE es la instancia para que “niñas, niños y jóvenes sean parte de una experiencia pedagógica que les revela que el conocimiento es tan importante como el proceso que hay que recorrer para llegar a él. (Los estudiantes) Comprenden que sus inquietudes pueden llevarlos a hacer sus propios descubrimientos y reflexiones”.

Desarrollar ICE en Coquimbo

La región de Coquimbo es una zona que permite realizar diversas indagaciones inspiradas en el entorno. El mar que baña sus cientos de kilómetros de costas; los valles y las zonas áridas que son parte de las tres provincias; y la calidad del cielo nocturno que hay en la región, hacen que sea un terreno propicio para levantar interesantes trabajos de investigación escolar. Pero no solo estas virtudes de la zona son fuente de inspiración para la investigación, problemas tan propios como la contaminación de las playas o la escasez hídrica, son parte de las motivaciones que llevan a docentes, niños y niñas a asumir como una necesidad buscar una solución desde la investigación.

No es necesario ser parte de un club o una academia que lleve un distintivo para hacer proyectos científicos escolares. La motivación docente, la condición innata de curiosidad y, sobre todo, ese afán de querer cambiar el mundo que nos rodea, son las primeras armas para meter “manos a la obra” y comenzar a mirar alrededor.

En el Liceo Politécnico de Ovalle se “inspiraron” en la sequía para hacer su ICE

Así es el caso de Lorena Molina, profesora de Historia y Geografía del Liceo Politécnico Bicentenario de Ovalle, y quien, junto a sus estudiantes, asumió que existe un problema en su comuna que debe ser subsanado. “Nuestro proyecto está basado en el área tecnológica. Nació con la inquietud de elaborar un prototipo de filtro de aguas grises que pudiera ayudar a lo que ha sido el largo periodo de sequía en la zona. Es para que esa agua que se desperdicia y que en un minuto ya no te sirve, sea recolectada y reutilizada para regar áreas verdes”, comenta la docente.

Pero resolverlo no es de un día para otro. El poder definir una pregunta de investigación y que con ello se logre generar un proyecto científico es una tarea que se debe realizar en conjunto con sus estudiantes. “Muchas veces uno está un poco perdida en cómo empezarlo, sobre todo cuando es inicial en el asunto”, señala la profesional del Limarí.

Una oportunidad para enseñar fuera del aula

Al igual que Lorena, muchos de sus colegas ven en la Investigación Científica Escolar una oportunidad para salir de la sala de clases e inspirarse con lo que está a su alrededor, tomando en cuenta la propia curiosidad del estudiantado y sus ganas de resolver problemas.

Problemas tan propios como la contaminación de las playas o la escasez hídrica, son parte de las motivaciones que llevan a docentes, niños y niñas a asumir como una necesidad buscar una solución desde la investigación.

“Lo que siempre hemos planteado como colegas del establecimiento, es que debemos sacar a los niños de La Cantera. Es un lugar que está muy dentro de la ciudad, y no conocen más allá. Hay que partir de su realidad y buscar nuevas tecnologías”, comenta Alejandra Cuello, profesora de química en el colegio Rakiudam de Coquimbo, ubicado en el popular sector porteño.

En el Rakiudam aprovecharon su entorno para investigar

Es así como, junto a su equipo de investigación, empezaron a desarrollar un proyecto inspirados tanto por las necesidades de los estudiantes como por el contexto donde está ubicado el establecimiento: una zona urbana que limita con sectores que trabajan en la agricultura.

El grupo de trabajo buscó desarrollar algo similar al popular juego “Slime”, pero buscando una variante. “Ellos querían hacer nuevos polímeros. Querían replicar el slime (juguete viscoso) y ver si había un polímero de origen natural. En la indagación encontramos una tesis de un plástico basado en la yuca y este año lo replicamos con el camote, un tubérculo que fue muy popular en La Cantera, zona agrícola donde antiguamente se plantaba”.

Detenerse a observar y analizar un juego como Slime y preguntarse si es posible hacerlo de otra forma es un ejemplo de cómo la ICE permite que sus participantes miren el mundo con otros ojos y potencien su curiosidad, a través del desarrollo de indagaciones en el área que más les interese, ya sea en las ciencias naturales o sociales.

¿Qué cosas son más importantes para estudiar de nuestro entorno? El docente de biología del colegio Pedro Aguirre Cerda de La Serena, Antonio Hurtado, afirmó que ésa fue una de las primeras interrogantes que emanaron en su grupo de trabajo. Tomando en cuenta esto, comenzaron a trabajar en la indagación denominada “Modelo de misión de exploración en suelos de otros planetas similares a la Tierra”.

Nuevamente, la idea surgió de los docentes, pero traspasando después esa pasión a sus alumnos y alumnas. “Al principio emanó de los profesores y, como el taller científico es nuevo, los estudiantes han ido apropiándose de la idea, dando posibles formas de seguir avanzando en el proyecto”, explica el docente, confirmando que ellos son uno de los principales agentes para incentivar esta labor académica.

Preguntar qué desean los estudiantes, sacar a relucir sus propias inquietudes y querer cambiar su barrio, comuna o región, son parte de los primeros pasos para comenzar a trabajar en el área. Pueden ser problemas tan cercanos como la sequía o el deseo de innovar con los juegos que usan los niños y niñas en los recreos. Lo importante es que vaya de la mano con el interés común de desarrollar una investigación que permita explicar fenómenos, naturales, sociales y tecnológicos en pertinencia al entorno inmediato, y con ello, beneficiar a la sociedad, que ve en la ciencia una oportunidad de desarrollo y un mejor vivir. Y como se planteó en un comienzo, no es necesario ser un club Explora o participar de cualquier otra, lo más importante es que el proyecto nazca de la inquietud y tenga el sello del docente y el estudiante: los principales agentes de cambio en la investigación científica escolar.

¿Qué cosas son más importantes para estudiar de nuestro entorno?, se preguntaron en el Pedro Aguirre Cerda

 

 

 

 

 

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