La directora del Instituto Milenio para la Investigación en Depresión y Personalidad hace su diagnóstico sobre las altas y sostenidas tasas de esta patología que afectan a los chilenos.

Los datos suelen variar levemente, según el instrumento usado cada vez, pero nunca dejan de ser preocupantes: Chile es uno de los países cuya población presenta un mayor número de síntomas depresivos en todo el mundo. La última Encuesta Nacional de Salud, de 2017, situó la cifra en un 15,8%; y un informe del Centro de Estudios del Conflicto y la Cohesión Social (COES), publicado este mes, elevó esa cifra hasta el 18,3%, muy lejos del 12% del promedio mundial. En total, hablamos de unos 800 mil compatriotas que presentan, por lo menos, los primeros indicios de una enfermedad tan común como estigmatizada. Una enfermedad que necesitamos entender.

Eso es lo que busca desde hace ocho años Mariane Krause, psicóloga y directora del Instituto Milenio de Depresión y Personalidad (MIDAP), cuya meta es encontrar respuestas a una patología que hoy ocupa un lugar primordial entre los problemas de salud pública de nuestro país. En él, un equipo multidisciplinario la estudia desde todos los ángulos posibles: sus variables psicológicas y sociales; la influencia de la genética y, sobre todo, de la cultura. 

La destacada psicóloga Mariane Krause es integrante del Consejo de CONICYT.

—Hace diez años teníamos cifras muy similares a las de ahora —dice Mariane Krause, de 62 años y doctora en Psicología Clínica y Comunitaria, sentada en su oficina en el Campus San Joaquín de la Pontificia Universidad Católica—. Eso es algo malo: quiere decir que la depresión no ha mejorado en Chile, pese a que desde hace más de una década hemos aumentado decididamente la cobertura asistencial. Hoy existe el acceso a los tratamientos y son razonablemente efectivos, pero las cifras no disminuyen. Entonces hay que poner el foco en los factores socioculturales.

Para eso, su equipo en el MIDAP trabaja con comunidades escolares y sectores vulnerables. Las investigaciones que realizan incluyen estudios preventivos en centros asistenciales y liceos públicos, y también el desarrollo de herramientas tecnológicas: apps y páginas web diseñadas para identificar, mediante preguntas o juegos, las primeras señales de pensamiento depresivo. Esos datos, a su vez, sirven para alimentar nuevos estudios, que buscan resolver una pregunta para la que ya tienen algunas pistas: por qué los chilenos parecemos sentirnos más tristes y solos, como sociedad, que muchos otros países. Y cómo podemos empezar a cambiarlo.

Los estudios del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo han mostrado un aumento sostenido de los sentimientos de soledad entre los chilenos.

—¿Este es un problema que nos demoramos en detectar? La noción de Chile como un país depresivo es una idea más bien reciente.

—Sí, la detección fue tardía. En Chile existen datos sistemáticos de depresión recién desde 2003 y hasta ahora existen tres encuestas nacionales, la última del año pasado. Sólo podemos ver cómo hemos evolucionado en ese rango, y los datos más recientes dicen que alrededor del 16% de la población tiene sintomatología depresiva. Y esa es una cifra bastante alta.

—¿Cómo se puede explicar esa cifra?

—Hay muchos estudios mundiales que asocian el aumento de la depresión con el deterioro de los vínculos sociales. Con la falta de cohesión entre los individuos, de pertenencia, de tener lazos con tu vecindario, de identificarte con un grupo social, de tener metas comunes, de sentirse parte. El sentido de comunidad es esencial para la salud mental. El apoyo social es la gran variable que marca el impacto de las situaciones de vida estresante en la salud mental. El peor antecedente para tener problemas psicomentales es estar muy aislado.

 

“Los chilenos nos sentimos más solos que la gente de otros países, y hemos tenido un cambio muy rápido hacia un mayor individualismo. Estamos hablando de que tus éxitos y tus fracasos sean atribuibles a ti mismo y no al entorno, de la sensación de que todo depende de ti”.

 

—¿Eso podría ser lo que nos pasa a los chilenos?

—En Chile ha habido un deterioro importante de los vínculos, desde la década del 80. Yo he participado en tres estudios del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, y hemos visto el aumento de los sentimientos de soledad, de los problemas de ánimo, relacionados con un bienestar deteriorado. Los chilenos nos sentimos más solos que la gente de otros países, y eso ha ido aumentando progresivamente, y hemos tenido un cambio muy rápido hacia un mayor individualismo. Estamos hablando de ver la competencia como motor básico de la sociedad, de que tus éxitos y tus fracasos sean atribuibles a ti mismo y no al entorno, de la sensación de que todo depende de ti. Ahí se pierden los referentes colectivos.

—También tenemos la mayor tasa de suicidios en la región. Se habla de una “epidemia silenciosa”. ¿Ambas cosas están directamente relacionadas?

—Sí, hay una relación muy estrecha. Entre el 60 y el 70% de las personas que intentan suicidarse tienen antecedentes de depresión. En Chile las cifras de suicidio adolescente aumentaron mucho y, aunque no han seguido aumentando en los últimos años, siguen siendo muy altas.

—Tus estudios rompen con el mito de la depresión como una “enfermedad de ricos”. En Chile afecta principalmente a los sectores con menos dinero.

—Es cierto. Hace 20 años era inimaginable pensar que la depresión se concentrara en los sectores más populares. Pero es así: la depresión en Chile es una enfermedad de pobres. Son cifras indudables, que se han repetido una y otra vez en todos los estudios. En los tramos de ingresos altos tenemos un 8% de sintomatología depresiva, y en los tramos más bajos tenemos un 25%. Así de grande es la diferencia. Los datos del COES además muestran que las que más hacen la diferencia, entre esas cifras, son las mujeres. La peor condición en esto es ser mujer pobre.

—¿Es posible identificar qué factores generan esa diferencia?

—Hay datos que muestran que el hecho de no trabajar fuera del hogar es un factor de riesgo para la salud mental. Tiene que ver con la autoestima, con las redes de apoyo y con sentirte empoderada, que son grandes factores protectores en salud mental, sobre todo en una cultura que discrimina, que otorga “menos valor”, socialmente hablando, a quien no lo hace. Y a eso se suma a que cada vez nos vinculamos menos con nuestro vecindario. La gente responde: “en mi barrio hay delincuencia, por eso no me meto con nadie”. Pero no meterte con nadie te hace no tener vínculos y estar súper sola con tus problemas y tus hijos. Es un mal contexto.

 

“La depresión en Chile es una enfermedad de pobres. En los tramos de ingresos altos tenemos un 8% de sintomatología depresiva, y en los tramos más bajos tenemos un 25%. Los datos muestran que las que más hacen la diferencia, entre esas cifras, son las mujeres”.

 

—¿Cuán alarmante es el diagnóstico de cara al futuro?

—La ecuación es mala. Para superar las altas tasas de depresión, Chile requiere un cambio sociocultural. Para eso, tenemos que invertir en el bienestar de la población y en superar la gran desigualdad que hay en nuestra sociedad, que también genera una comparación social constante. Los estudios en que participamos nos muestran que en Chile el que tiene menos, siente que vale menos. Son datos bien tristes. Tenemos que invertir en mejorar nuestra cultura.

—¿Qué políticas públicas se requieren para revertir esto?

—Se necesita invertir en la convivencia entre las personas, desde los jardines infantiles, cambiando los valores que nos guían: fomentando la cooperación y la solidaridad, atendiendo a los atributos de cada persona a través de la validación mutua, no de la competencia. También fomentando el reconocimiento de las emociones en los niños. En el plano más global, hay que invertir en campañas y trabajo en colegios, para cambiar esta cultura individualista. Eso es muy importante.

Texto: Nicolás Alonso