El Cupo Explora-UNESCO permite que escolares con una destacada trayectoria científica puedan acceder a la universidad por una vía de ingreso especial. Tres de los primeros beneficiados nos dieron sus testimonios sobre el impacto que tuvo la ciencia en sus vidas.

En marzo de este año, cuatro “científicos escolares” accedieron a carreras de ciencia en la Universidad de O’Higgins y la Universidad de Santiago, beneficiados por una nueva vía de admisión especial: el Cupo Explora-Unesco. Para conseguirlo, tuvieron que demostrar haber participado en varias iniciativas de ciencia escolar, como las ferias científicas y campamentos de Explora, y en competencias como el Congreso Nacional Escolar. Gracias al éxito de este acceso especial, diez nuevas universidades decidieron abrir cupos en todo el país, para que, en marzo de 2019, una nueva camada de jóvenes con vocación científica comience su camino. A las dos universidades precursoras se sumaron las universidades: Católica de Chile; Finis Terrae; de Los Lagos; Católica de la Santísima Concepción; de Magallanes; Católica de Temuco; Católica del Maule; de Valparaíso; Técnica Federico Santa María; y de Tarapacá. En total, 268 puestos para estudiantes que sueñan con hacer progresos en los distintos campos de la ciencia, ayudando a las personas o desentrañando los misterios del universo y de nosotros mismos.

Tres de los primeros jóvenes beneficiados nos contaron cómo la ciencia entró en su vidas, y qué tan desafiante fue ser parte de la primera generación del Cupo Explora-UNESCO, que acaba de terminar su primer año en la universidad.

José Ignacio Muñoz, Manuel Droguett, Catalina Sanzana y Michel Nilo, los primeros seleccionados.

 

 

 

CIENCIA PARA AYUDAR

Catalina Sanzana, 18 años

Estudiante de Enfermería, Universidad de O’Higgins.

En un principio, sólo estaba el mar y sus criaturas. Me pasaba tardes enteras mirando los peces de nuestro acuario, sus colores y formas, memorizando cada parte de su anatomía. Tenía seis años. Mi papá me consiguió todas las ediciones del Icarito donde salía la fauna marina y me instaló una enciclopedia en un computador viejo. Ahí descubrí lo inmenso que podía ser el océano y empecé a soñar con conocerlo todo.

En mi familia somos seis: cuatro hermanos; mi mamá, dueña de casa; y mi papá, que fabrica y distribuye productos alternativos de aseo. En ese tiempo, vivíamos en San Miguel y yo iba en el Colegio Fernando de Aragón. Me acuerdo que los profesores le preguntaban a mis papás si tenían una profesión científica: querían entender de dónde venía mi obsesión por la biología, que me llevó en tercero básico a disertar sobre el sistema inmune frente a todo el curso, y a tener clases avanzadas de ciencias naturales. Para mí nunca fue difícil ni una obligación, era un juego que no se acababa porque la ciencia estaba en todos lados.

Cuando entré a la educación media, empecé a participar en las ferias científicas del Programa Explora, con proyectos relacionados con el funcionamiento del cuerpo. Varias veces logré el primer o segundo lugar. Incluso, uno de mis experimentos —sobre la adaptación del erizo de tierra a cambios bruscos en la temperatura— fue difundido en la página de la Universidad de Chile.

Pero, a medida que fui creciendo, mi interés se enfocó en el área de la salud. Quizás debido a nuestra historia familiar, a la que sólo con los años pude tomarle el peso: la primera hija de mis papás murió a los dos años de una enfermedad al corazón. Durante ese tiempo, mi mamá vivió en hospitales, hablando con doctores y enfermeras, aprendiéndose todos los términos científicos, tratando de comprender qué pasaba con su hija. Entendí el rol que tienen los profesionales de la salud en estos momentos de vida o muerte, y yo también quise ayudar.

 

“A medida que fui creciendo, mi interés se enfocó en el área de la salud. Entendí el rol que tienen estos profesionales en los momentos de vida o muerte, y yo también quise ayudar”.

 

Por eso, a los quince años empecé a participar de operativos médicos en sectores vulnerables de Santiago y me hice voluntaria de la Fundación Expansión de Amor, que visita a niños con cáncer y sus familias. Les hacíamos actividades, comidas y les llevábamos regalos. Estuve colaborando con ellos durante toda la enseñanza media. A raíz de eso, la decisión de estudiar Enfermería fue sencilla; ya estaba convencida de que tenía que aplicar mis conocimientos en ayudar a las personas.

Con el Cupo Explora-UNESCO entré a la carrera que quería en la Universidad de O’Higgins. Y pude hacerlo con gratuidad. De lo contrario, mi puntaje PSU solo me habría alcanzado para postular a una universidad privada, pero esa nunca fue una opción, porque mis papás no me la habrían podido pagar. Ya pasé a segundo año, pero el primer semestre fue difícil. Mi colegio no tenía buena base en algunos ramos, como Química. Esa desventaja me jugó en contra y tuve que hacer Bioquímica dos veces. Fue duro, pero estoy aquí y eso es lo que importa.

 

DE SOLDADOR A QUÍMICO

Michel Nilo, 20 años

Estudiante de Química y Farmacia, Universidad de Santiago.

Toda mi vida viví en Talagante, un ciudad chica en las afueras de Santiago, donde no había nada que hacer. Mi única entretención era desarmar juguetes y volverlos a armar. Solo los relojes me presentaban una mayor dificultad, pero al final también pude dominarlos. Creo que fue el aburrimiento lo que me llevó a hacer mis primeros experimentos: con mis dos hermanos mayores fabricábamos todo tipo de bombas de humo, a escondidas de mis papás. Nos hicimos expertos.

En sexto básico, un profesor de mi colegio, el Universal de San Francisco de Asís, nos habló sobre la electricidad y nos enseñó a armar circuitos de corriente. La parte práctica fue la que realmente me gustó; podía estar horas construyéndolos, incluso después de clases. Me emocionaba ver cómo algo que yo construí cobraba vida y funcionaba a la perfección. Fue mi primer acercamiento a la ciencia.

Años después, en la enseñanza media, la profesora de Química y Física me invitó a participar de un proyecto científico con laUniversidad Andrés Bello, sobre bacterias grampositivas y gramnegativas. En mi colegio no teníamos laboratorio, así que esa era mi gran oportunidad para trabajar con instrumentos científicos de última tecnología y observar cómo operaban. La investigación duró seis meses y pudimos presentar nuestros resultados en el congreso nacional de Explora, con un compañero. En ese momento supe que era algo que podría hacer toda la vida.

La segunda investigación que hice fue larga. Trabajé durante dos años en un laboratorio de la Universidad de Chile con la bacteria Helicobacter Pylori, que provoca úlcera y cáncer gástrico. Primero sintetizamos algunos compuestos en el Laboratorio de Biodinámica, y luego los probamos en las bacterias. Fui todos los días después de clases y durante las vacaciones. El investigador que nos recibía nos daba cátedra sobre la materia, teníamos que leer papers y prepararnos.

 

“En sexto básico, un profesor nos enseñó a armar circuitos eléctricos. Yo podía estar horas construyéndolos, me emocionaba ver cómo algo que yo construí cobraba vida”.

 

Mi familia no le tomó el peso a lo que yo estaba haciendo. Mi papá es soldador y mi mamá es dueña de casa, y no entendían por qué me gustaba tanto estar en un laboratorio. Hasta que con esta investigación ganamos el primer lugar en un congreso regional, lo que nos llevó a participar de un congreso médico en Italia. Recién ahí mis papás entendieron que esto era algo muy importante.

Entré a estudiar Química y Farmacia, luego de trabajar un año como asistente de soldador. No me fue bien en la PSU y me tomé un año para estudiar. Me enteré que existía el Cupo Explora-UNESCO, postulé y quedé en la Universidad de Santiago, con gratuidad. No ha sido fácil, todo mi proceso de nivelación fue lento, los alumnos de otros colegios venían mejor preparados. Pero la carrera es mucho más interesante de lo que esperaba, aún mejor de lo que imaginé.

 

PREGUNTAS DESPUÉS DE CLASES

José Ignacio Muñoz, 20 años

Estudiante de Medicina, Universidad de O’Higgins.

Todo empezó con un profesor de Biología. Se llamaba Jorge Iturra, del Colegio Universitario Inglés. Yo iba en octavo básico y casi todos los días me quedaba haciéndole preguntas y conversando después de clases. Era mi ramo favorito. Siempre me gustaron las ciencias naturales. Cuando era chico, mi abuela me invitaba a jardinear y yo me estudiaba los nombres de las plantas, sus hojas, su tallo, su color. Me gustaba entender cómo funciona la naturaleza, pero era solo un pasatiempo. No era algo de lo que se hablara en mi casa, pese a que mi mamá es paramédica y mi papá ingeniero informático y mecánico de aviones.

Hasta que un día, ese profesor me invitó a participar en las ferias científicas interescolares de Explora. Yo nunca había hecho algo así, ni siquiera se me había ocurrido. Pero tuve buenos resultados con mis proyectos, así que me propusieron crear un equipo de debate científico en el colegio. Otros alumnos se empezaron a motivar y en poco tiempo teníamos un equipo para competir. El mismo profesor me incentivó a postular en los campamentos científicos, donde pude formar redes de contacto con otros alumnos, y aprender más sobre la biología.

Mi primera creación importante, mientras estuve en el colegio, se trató de un biodigestor casero, cuya función era producir biogás para el hogar. La segunda fue un cultivo de bacterias que fijaban el carbono del aire y lo metabolizaban, liberando oxígeno al ambiente. Una especie de descontaminante natural.

 

“Reprobé algunos ramos, pero ya agarré el ritmo. Espero, en un futuro, poder dedicarme a la investigación médica. No voy a desaprovechar esta oportunidad”.

 

Cuando pensé en qué iba a hacer con mi futuro, me di cuenta de que quería aplicar la ciencia para mejorar la vida de las personas. Por eso me decidí por Medicina. Mi profesor de biología fue el que me comentó que existía el Cupo Explora-UNESCO y que ofrecía la posibilidad de entrar a la Universidad de O’Higgins, una de mis favoritas porque tenía un perfil de egreso parecido al que yo andaba buscando: con foco no sólo en lo académico, sino también en lo humano.

Entrar a la universidad fue un cambio drástico. No tengo gratuidad, estoy con la Beca Bicentenario, que cubre una parte del arancel, y el resto lo paga mi familia con esfuerzo. Tuve que irme a vivir solo a Rancagua, donde arriendo una pieza. Reprobé algunos ramos, pero ya agarré el ritmo. Con mi profesor seguimos en contacto, le cuento cuando me va bien o mal. Espero, en un futuro, poder dedicarme a la investigación médica. No voy a desaprovechar esta oportunidad.

 

Texto: Natalia Correa