Un equipo internacional, en el que participó el astrofísico chileno Matthias Schreiber, descubrió los restos de un planeta similar al nuestro, orbitando en torno a una enana blanca. Un vistazo a lo que algún día será el futuro de la Tierra.

 

En unos cuatro mil millones de años, nuestro planeta dejará de existir como lo conocemos. Para ese momento, nuestra estrella, el Sol, que ya habrá consumido todo el hidrógeno alojado en su núcleo, comenzará a quemar el que está alrededor y también helio. Entonces se volverá una gran esfera roja, 260 veces más grande de lo que es hoy y 2.700 veces más luminosa, que se tragará a los planetas más cercanos: Mercurio, Venus y, probablemente, la Tierra y Marte. Permanecerá así millones de años y su radiación arrasará con todo el sistema solar.

Finalmente, ese enorme Sol expulsará sus capas exteriores y, ya sin combustible, la gravedad hará que su masa colapse sobre su núcleo, hasta convertirlo en el último estado de una estrella moribunda: una enana blanca. Ese proceso, que es el que lleva a la muerte a todas las estrellas de masa baja o intermedia —no más de ocho o nueve veces nuestro Sol—, es el que el astrofísico chileno, Matthias Schreiber, lleva una década estudiando para el Instituto de Física y Astronomía de la Universidad de Valparaíso.

Esta vez, como parte de un grupo internacional de investigadores liderado por la Universidad de Warwick, en Inglaterra, analizó durante tres años los datos de una enana blanca ubicada a 400 años luz de la Tierra, obtenidos desde el Gran Telescopio Canarias, en España. Gracias a eso, en abril pasado publicaron en la prestigiosa revista Science un artículo con nuevos detalles sobre cómo mueren los planetas, y cuál podría ser el futuro final de la Tierra. En torno a esa enana blanca, distinguieron un disco de gas y escombros, que identificaron como los restos de un cuerpo celeste ya sin corteza. Las brasas de lo que fue un planeta.

Matthias Schreiber, doctor en Astrofísica de la Universidad de Gotinga, Alemania. (Crédito de la ilustración principal: Universidad de Warwick).

Cada vez que una estrella se expande y muere, explica Schreiber, arrasa con los planetas que orbitan alrededor de ella. Los atrae, les irradia un calor que aniquila todo en su superficie —en la Tierra, se evaporarían los océanos— y luego, al convertirse en enana blanca, ya no emite suficiente luz para permitir la vida. Ese, cuenta el astrofísico, será el punto final de miles de millones de sistemas solares similares al nuestro que existen en el universo.

—Llevamos muchos años estudiando a las enanas blancas, pero antes solo habíamos visto restos de asteroides arrastrados hacia ellas. Ahora, en cambio, pudimos detectar un cuerpo orbitando que, por la información que recabamos, podemos decir que son los restos de un planeta similar a la Tierra —dice el científico, a través de una videollamada, desde Inglaterra.

Ese cuerpo, dice Schreiber, serían los restos del núcleo de un planeta, parecidos a lo que hay al centro del nuestro, tanto por su tamaño como por su composición, hecha de níquel y fierro. Un vistazo a lo que algún día dejaremos flotando en el espacio. Pero para el investigador no todo tiene que ver con la muerte. Lo que más le interesa es la formación de los planetas, dice, y la mejor forma de conocerla es observar qué pasa cuando están a punto de perecer.

 

“Llevamos muchos años estudiando a las enanas blancas, pero solo habíamos visto restos de asteroides arrastrados hacia ellas. Ahora, en cambio, pudimos detectar un cuerpo orbitando que podemos decir que son los restos de un planeta similar a la Tierra”, dice el astrofísico.

 

—A nosotros lo único que nos llega es la luz de las estrellas, que nos permite estudiar qué ocurre en el espacio. Cuando esa luz pasa por la atmósfera de algún planeta, entonces podemos tener algo de información, aunque muy superficial: datos de cómo está compuesta su atmósfera, pero no qué hay en su interior. Pero cuando son arrastrados por una enana blanca, queda de ellos solo el núcleo. Así podemos entender de qué están hechos.

Así será el fin de la Tierra, pero no de todos los planetas de nuestro sistema solar. Lo más probable, cuenta el investigador, es que los que están lo suficientemente alejados del Sol sean capaces de sobrevivir. Aunque entonces seguirán orbitando una enana blanca, en un sistema solar no apto para la vida. Como los que Schreiber observa en sus investigaciones.

—Probablemente los únicos planetas que podrían sobrevivir a esa muerte son los que están suficientemente lejos, como Júpiter, Neptuno o Urano —concluye el astrofísico—. La Tierra, en cambio, parece estar en el punto exacto de muerte, justo demasiado cerca para sobrevivir. Por eso, quizás ya deberíamos estar buscando nuevos lugares para la vida.

 

Texto: Carolina Sánchez